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Maxi, Beto, Kato y la Bestia Enjaulada...

Mirá vos… Maxi siempre fue de esos tipos tercos como mula. Un tipo que, si se le ponía entre ceja y ceja modificar algo, no había Cristo, ni suegra, ni tormenta del Paraná que lo frenara. Y por eso, claro, terminó gastándole la paciencia a Kato. Le erosionó el ánimo, bah… lo limó como quien lima una llave para que entre en cualquier puerta ajena. A pura rotura de huevos, como Dios manda.

Kato, que ya tenía suficiente con el laburo, la humedad y Central que no levantaba ni con grúa portuaria, terminó aflojando. Le abrió las tripas al pobre bicho electrónico y le encajó un AY-3-8912, ese famoso chip de sonido que en los ochenta te hacía creer que estabas escuchando la Sinfónica de Viena cuando en realidad parecía música de ascensor, pero más gritona. Una pieza noble, eso sí. Un integrado que se usaba en lo mejorcito: la Amstrad, algunos arcades, etc… todos fierros que hacían ti-ri-ri-pín como si el futuro estuviera a la vuelta de la plaza Sarmiento.

Pero Maxi no se conformaba con “sonidito lindo”. No, señor. El tipo quería más. Soñaba épico, como hincha que cree que este año sí salimos campeones. Por eso Kato también le mandó una memoria RAM de 16K paginada sobre la ROM, switcheada con un interruptorcito que parecía robado del tablero de una heladera Siam. Una delicadeza técnica, bah… una cirugía electrónica hecha con la mano experta de Kato —esa mano prodigiosa que podía revivir un chip muerto o arreglar la perilla del calefón—, soldador en mano, un mate lavado a medio terminar y, cómo no, el famoso “fideo rojo”, ese cablecito infame que en aquellos tiempos servía para todo: puentear memorias, revivir placas, improvisar inventos y, de paso, arruinar definitivamente cualquier garantía que hubiera quedado en pie.

Cuando terminaron, claro… no entraba todo en la carcasa original. Ni con milagro ni con cinta scotch. Así que recurrieron a lo que cualquier rosarino hace cuando la realidad se pone caprichosa: improvisar. La metieron adentro de la carcasa de una TS2068, como quien mete un perro adentro de un bolso de mano. Quedó una especie de Frankenstein siliconado, orgulloso y tristón, como el que se compra la camiseta trucha de Central, pero igual la luce como si hubiera salido del túnel del Gigante.

Y ahí quedó la máquina, vibrando sus tres voces del AY-3-8912 como si quisiera decir: “Viejo, acá estoy… soy un engendro, pero soy tuyo”. Maxi la miraba con un orgullo casi paternal; Kato, con la misma cara con la que miraba la boleta de la EPE.

Pero ambos sabían que, aunque el mundo fuera un cambalache injusto y medio loco, ahí estaba su creación: una criatura electrónica irrepetible, hecha a fuerza de mañas, porfiadez y soldadura chiclosa.

Facu LU6FPJ.

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