La noche en que el cielo se encendió (Febrero de 1991)
Era una de esas noches de verano rosarinas: cálidas, tranquilas, con la ciudad envuelta en ese rumor constante de autos, charlas y radios encendidas. Estaba con un par de amigos por Pellegrini y Mitre, justo donde hoy está el hipermercado La Gallega. En ese entonces había allí un local llamado “Yogurt Time”, de esos lugares nuevos, con luces blancas y carteles color pastel, donde uno podía sentarse a charlar y tomar algo fresco.
Recuerdo que hablábamos de cualquier cosa —cosas de pibes, tecnología, música, la radio— cuando, de golpe, se escuchó una explosión seca, profunda, como un trueno metálico que resonó en el aire. Levantamos la vista y lo vimos:
una enorme bola de fuego cruzando el cielo, dejando una estela incandescente que parecía partir el cielo en dos. Fue tan brillante que, por un instante, las sombras en la vereda se movieron, como si el día hubiese vuelto por un momento.
Nos quedamos mudos. Algunos que pasaban también se detuvieron, sin entender qué era aquello. La bola se deshacía lentamente en fragmentos que chispeaban y desaparecían en la oscuridad. Duró apenas unos minutos, pero se grabó en mi memoria como si hubiera ocurrido en cámara lenta.
Las noticias confirmaron la verdad: lo que habíamos visto no era un meteorito ni un avión, sino el reingreso de la estación espacial soviética Salyut 7, desintegrándose sobre el cielo argentino. Me impresionó pensar que, por pura casualidad, habíamos sido testigos de un pedazo de historia espacial cayendo sobre Rosario.
Desde entonces, cada vez que paso por esa esquina y miro hacia arriba, todavía recuerdo aquel instante en que el cielo se encendió y todos quedamos en silencio, mirando cómo una estación espacial se despedía de la Tierra sobre nuestras cabezas.
Facu LU6FPJ







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