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🎮 La Rosario de los Jueguitos

Había una época —allá por los gloriosos ochenta y un cachito de los noventa— en que la palabra “download” todavía no existía, y los sábados en Rosario tenían un ritual más sagrado que el asado: ir a grabar jueguitos.

Uno salía con el datasette o los diskettes bajo el brazo como quien lleva un bebé a bautizar. Caminabas por el centro con el cassette virgen bien rebobinado, la lista de títulos anotada en birome azul (“Yie Ar Kung Fu, Abu Simbel Profanation, Green Beret...”) y la ilusión de volver a casa con algo que ande.


🏢 Las catedrales del vicio digital

Compumática y PacMan Games

En la Galería Santa Fe, una al lado de la otra, estaban las dos misas principales del sábado.

En Compumática te atendía una banda de tipos que sabían más de Commodore que el propio Jack Tramiel. Te recomendaban, te explicaban, te tipeaban la etiqueta en máquina de escribir (¡en máquina de escribir, papá!).

Al lado, PacMan Games, era más “popular”: ahí todo estaba bueno. Pedías un chamullo injugable y te decían “sí, ese está bárbaro, mejor que el Ghosts’n Goblins”.

Enfrente de los locales había una columna espejada, y era inevitable: te descubrías reflejado, con cara de satisfacción y un cassette TDK en la mano, pensando “soy feliz”.


On Line Software

Después estaba On Line, primero en la Galería Córdoba y más tarde en Vía Florida.
Era como la NASA de los jueguitos. 
Ahí estaban Willy y su equipo. Tipos que sabían tanto que podían revivir un disquete a fuerza de editor hexadecimal y fe.

De izq. a derecha: Kato, "La chica del Doom", Willy y LU6FPJ
Los sábados, On Line era un hormiguero humano: pibitos con mochilas llenas de cintas, madres y padres resignados sosteniendo cables, y un aire a locura colectiva por el último juego de Ocean.

Más tarde abrieron New Line Computación, en Zeballos y Callao, donde además de juegos vendían hardware y Commodores Amiga. Era la evolución natural: del cassette al rígido, de la galería al mostrador.

La Cueva, en Entre Ríos 1071… un nombre perfecto, porque aquello no era un local: era un ecosistema subterráneo de bits, soldaduras y café recalentado.
El comandante del refugio era Carlos Arakaki, más conocido en la fauna rosarina como Japo o Kato —según la confianza o la época—, un tipo capaz de resucitar una computadora con lo mismo que otro usaría para arreglar una radio Spika.

En La Cueva se hacía de todo: desarrollo de software, hardware artesanal, y sobre todo, reparaciones imposibles.
Era el lugar donde las computadoras iban a confesarse.
Entraban con pantallas en negro y pitidos lastimeros, y salían, milagrosamente, funcionando.
El Japo no te daba presupuestos: te daba esperanza.

Había cables colgando, plaquetas abiertas, olor a estaño y esa música eléctrica del transformador que nunca se apaga.
Si el On Line era el MIT rosarino, La Cueva era su laboratorio secreto, donde las máquinas sobrevivían gracias al pulso firme y al ingenio japonés-rosarino de Kato.
Un lugar donde no se hablaba de marketing ni de ventas:
ahí se hablaba de vida o muerte… de las computadoras, claro.

 


Compufer

En Catamarca 1110 vivía otro mito: Compufer.
Lo atendía un tipo de bigotes, nobleza bruta y facturas escritas a mano con letra de médico.
El lugar era un quilombo hermoso: cables por el piso, olor a soldadura y monitores Hércules blanco y negro que te dejaban la vista como si hubieras mirado un eclipse sin protección.
Ahí muchos compraron su primera 286, o cambiaron su MSX por un disco rígido de 40 MB (un lujo que pesaba más que un ladrillo).


TodoComputación, D.M.A. y Ramdisk

En la misma Galería Vía Florida, TodoComputación atendido en algun momento por un personaje mitico, Claudio Martignioni, que hoy sería considerado ingeniero de nostalgia aplicada.

Claudio Martignioni en D.M.A
Eso sí que era otra cosa. Nada de jueguitos ni aventuras intergalácticas: ahí se hablaba en serio, con tornillos, jumpers y olor a plástico nuevo.

Era el templo del hardware y los insumos para PC, donde las cajas de diskettes se apilaban como ladrillos y los cables IDE colgaban cual guirnaldas navideñas.

Su dueño, Daniel, tenía ese aire de tipo que ya había visto de todo: placas, fuentes quemadas y usuarios que juraban que “no toqué nada”.

Si necesitabas una disquetera, una fuente AT o una impresora que pesaba más que un lavarropas, ahí estaba la salvación.

Nada de magia, puro fierro y repuesto.

TodoComputación era el taller mecánico del mundo informático:

Vos entrabas con una computadora, y salías con media docena de componentes nuevos “por las dudas”.

Y aunque no entendieras del todo lo que te vendían, salías contento, porque te habían tratado como a un colega… o al menos como a alguien que sabía qué era un puerto paralelo.

A pocos metros, D.M.A., Ah, D.M.A. Shareware… no vendían jueguitos, no señor.
Era un local para los que ya habían colgado el joystick y se sentían medio ingenieros.
Allí no había Street Fighter ni Lotus Turbo Challenge: había compresores, antivirus, utilitarios, y esas cosas que uno instalaba sin entender del todo, solo porque hacían ruido a “profesional”.

Los hermanos K, eran los guardianes de ese pequeño templo de la productividad digital.

D.M.A. era como la versión rosarina de Silicon Valley, pero con mate y olor a estaño.
Un lugar donde los disquetes se apilaban como medialunas y cada programa parecía prometer que ibas a hacer algo importante… aunque al final lo único que hacías era comprimir archivos y sentirte un poquito Bill Gates del barrio.

DMA Informática 

Y en la Galería Rosario, ahí te esperaba el mismísimo Ramdisk, con Pachone al frente (sí, el hombre estaba en todos lados, probablemente el primer “franquiciado” de la historia gamer local).

Local 121, planta alta. La fila daba vuelta la galería. Uno esperaba mirando revistas Micromanía, mientras de fondo se oía el clic-clic de los datasettes y el “¡uy, se cortó la cinta, pasame otro TDK!”.


Computational-3, Pitágoras y otros templos

En la cortada Barón de Mauá, Computational-3 era casi una universidad. Vendían para ZX Spectrum, CZ y PC XT.
Ahí uno aprendía que el “LOAD” iba con comillas y coma, ocho, uno.


En la
Galería Mercurio, Pitágoras, atendido por Oscar, mezclaba juegos con programas educativos, por si algún padre controlaba demasiado. (“Es para aprender matemática, ma”).

Y claro, también estaba Data 44 en Alberdi, donde algunos juraban que daban clases de BASIC, aunque la mayoría iba por los juegos igual.


📼 El rito del sábado

El sábado a la mañana era sagrado.
Uno se levantaba temprano, desayunaba apurado y se iba al centro.
Volvías con cuatro cassettes y la promesa de una tarde de felicidad digital.
A veces no cargaban (“?SYNTAX ERROR”), pero no importaba: ya el hecho de ver las rayas de colores en el televisor y escuchar ese chillido infernal era suficiente.

Había algo de comunidad, de club no oficial.
Te cruzabas siempre a los mismos: el pibe del barrio con su General Electric, el del Amiga con aire de superioridad, el del Spectrum que decía que “los gráficos no importan, lo que importa es la jugabilidad”.
Y después, todos terminaban en el mismo club o bar, comentando los juegos nuevos.


💾 Época de oro

De esa Rosario no quedan casi fotos.
No había celulares ni redes; los únicos backups eran los recuerdos, grabados en la cinta magnética de la memoria.
Pero si hoy, caminando por la peatonal, pasás frente a una galería vacía y escuchás en tu cabeza un piiii-piii-chiiiiiii, no te asustes:
No es un fantasma digital, es tu memoria haciendo
LOAD "nostalgia",8,1.

Y por unos segundos, mientras el sonido se mezcla con el ruido del tránsito y el eco de tus pasos, se vuelve a escuchar el murmullo de los sábados, las risas, los datasettes rebobinando y esa ansiedad mágica de esperar que el juego cargue sin error.

Porque aquella Rosario, con sus galerías, sus nerds y sus pioneros de la informática artesanal, sigue ahí… en algún sector oculto del disco rígido del corazón.

Probablemente me esté olvidando de más personas, locales y anécdotas —la memoria también tiene bad sectors—, pero iré actualizando esta historia a medida que me acuerde… o me lo recuerden.

Facu LU6FPJ





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Load “Mi historia con las computadoras y los videojuegos”,8,1

A veces me preguntan cómo empezó todo esto de las computadoras, y la verdad es que no hay una sola respuesta. Es una mezcla de curiosidad, cables, pantallas en blanco y negro y muchas horas tipeando líneas de código que a veces ni funcionaban.

Esta es una muy breve autobiografía sobre mi paso por el mundo de las computadoras y los videojuegos. Seguramente olvide muchos detalles —y algunos me los guardo para no aburrir—, pero va dedicada a todos los que vivimos aquella época, y en especial a quienes fueron colegas, clientes y compañeros de aventuras digitales.
Quizás algún día escriba una segunda parte, más completa y prolija.


Los primeros bits

Todo comenzó junto a mi hermano mayor, cuando compramos nuestra primera computadora: una Timex Sinclair 1000, en una casa de computación de la calle Maipú (¿cómo se llamaba?). Tenía 2 KB de RAM, imagen en blanco y negro y sin sonido. Una maravilla para su tiempo, aunque hoy nos parezca imposible hacer algo con tan poco.

En la escuela primaria a la que iba (C.C.Vigil), tener una computadora era casi una rareza. Recuerdo a una compañera que tenía una Texas TI99/4A —color y sonido, toda una evolución—. Intercambiábamos juegos escritos en BASIC, que había que tipear línea por línea. La mayoría no funcionaban, claro, por incompatibilidades. Pero esa era parte de la magia: el intento, el error y la satisfacción cuando, por fin, aparecía algo en pantalla.

Después de la Timex llegó justamente la Texas TI99/4A, y más tarde la Spectrum, que compramos en Alas Computación, sobre Avenida Pellegrini en una Galería. Luego vino la Commodore 64, con su inseparable datasette, y más adelante una disquetera 1571 (la del Commodore 128) y el mítico cartucho Fastload.

El Fastload para la Commodore 64 era un accesorio fundamental: aceleraba drásticamente los tiempos de carga —hasta cinco veces más rápido que el sistema estándar— y además incluía utilidades muy útiles para manejar los disquetes, como copiar, formatear o ver el directorio sin borrar el programa en memoria. También ofrecía herramientas de depuración y edición en código máquina, e incluso podía desactivarse fácilmente si algún software no era compatible. Una verdadera joya técnica para su tiempo.

Hasta que llegó la Commodore Amiga 500… y ahí sí: fue una locura. Gráficos, sonido, animaciones. Un antes y un después.


Del hobby al trabajo

El salto a las PC ya me encuentra con recuerdos mezclados: no sé si fue primero una XT o una 286, pero sí recuerdo que no tenía disco rígido y usaba un monitor Hércules. Desde ahí, la evolución fue constante.

Con el tiempo llegaron los días de La Tinto (Entre Ríos 1075) y después La Cueva, justo al lado, en el 1071.

F1 "Ayuda"


Ahí comenzaron mis días como técnico reparador: desoldar, soldar, probar chips, revivir computadoras. Pasaron por mis manos Commodore 16, 64, 128, Amiga 500, 600, 1200, 3000, además de Atari, MSX, Spectrum, y muchas más.

Solía ir a buscar las máquinas a Todocomputación, en la galería Vía Florida, para repararlas y luego devolverlas funcionando. También trabajé en Online Software, primero en el local 18 y luego en el 35, cuando se mudó al fondo.

Le decíamos “la galería de la computación”, porque estaban todos:

  • Todocomputación, que vendía insumos y hardware,
  • DMA, que ofrecía software shareware,
  • y Online, dedicada a los juegos.
    Era casi un pacto de caballeros: cada uno en lo suyo, compartiendo la misma pasión.
    Todocomputación


Clientes, amigos y anécdotas

Entre los clientes recuerdo a Roberto Fontanarrosa, que traía a su hijo a comprar juegos. También al técnico que manejaba el láser del boliche Space, donde, en una pantalla gigante, pasaban saludos y efectos generados con una Spectrum.


Un día preparé varias animaciones en una Commodore Amiga 500, las grabé en VHS y se las llevé para que las pasaran en el boliche.
Ver esas imágenes en la pantalla gigante, rodeado de amigos, fue un momento que nunca olvidé.

On Line Software, Galería Vía Florida Local 35

Tiempo después, junto a mi amigo Jorge Ramos, salimos en una nota del diario La Capital sobre la primera edición del GTA. Hoy puede parecer algo normal, pero en su momento el juego generó mucha polémica por su contenido violento.


Epílogo (por ahora)

Podría seguir contando anécdotas por horas, pero prefiero dejar acá esta primera parte.
Invito a quien lea esto a dejar su recuerdo, historia, anécdota o foto de aquella época.
Un saludo muy especial para Carlos y Willy, y para todos los que compartieron conmigo esta increíble aventura digital.



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